miércoles, 27 de marzo de 2013

El libre albedrío de la sociedad

Este domingo vi la entrevista que Jaume Barberà le hizo a Santiago Niño-Becerra en el programa Singulars del 20 de marzo (es un programa de TV3). Al contrario que otras veces, el invitado no le permitió reafirmar las tesis que expuso en la presentación y, en algunos momentos, parecía más un debate que una entrevista.

Personalmente, este personaje me inspira sentimientos contrapuestos. Al poco de oír hablar de él por primera vez, leí su libro Más allá del crash y creo que es una lectura recomendable, en tanto que explica lo que está pasando y da unas pistas, que creo que son bastante reales, de hacia donde iremos a parar. Por ejemplo, desmonta claramente la ilusión de la recuperación del crecimiento, que creo que es algo que debemos asumir lo antes posible, porque no hay recursos para seguir aplicando las recetas que nos han llevado hasta aquí. 

En general, estas visiones que pueden parecer apocalípticas, que nos dicen que nada volverá a ser como antes (con hasta hace muy poco, de hecho), creo que son positivas, porque nos ponen en nuestro sitio, un lugar que no hubiéramos tenido abandonar nunca. La mentalidad es la que deberemos cambiar y este cambio es la crisis en la que estamos. Como crisis que es, no resulta fácil, pero no por ello deja de ser necesaria. Hasta aquí de acuerdo.

Lo que me descoloca más del discurso de Santiago Niño-Becerra es que, a pesar de compartir básicamente el análisis de lo que ocurre y creer probables sus predicciones, la exposición que hace sea tan "macroeconómica", tan desprovista de valoraciones. Ya en declaraciones anteriores vi como se negaba a "culpar" a alguien de la crisis, la presentaba como una consecuencia inevitable de las diferentes soluciones que se habían ido encontrando a las crisis anteriores. En la entrevista de esta semana usó varias veces el argumento de "el único camino posible" ', o sea "es lo que hay", dicho coloquialmente. Por ejemplo, en el caso de Chipre, donde el cambio del marco legal deja de proteger los depósitos de hasta 100.000 €, planteaba que sólo había la alternativa de aceptarlo o montar una revolución, y no veía muy viable esta última.

La sensación que me transmite es diferente de la de los convencidos recortadores que nos están vendiendo medicinas muy amargas con promesas de mejora, porque no promete maravillas, no prueba de vendernos una moto, sencillamente presenta un panorama que, para él, es inevitable. Esto lo lleva a defender un gobierno de técnicos, que gestionen lo mejor que puedan el único camino posible. Y aquí es donde ya no estoy de acuerdo.

Puedo admitir que las seguridades que hasta ahora teníamos pueden desaparecer. Tengo claro que la vida en general, y la humanidad en particular, ha llegado donde está porque se ha sabido adaptar y debe seguir haciendolo. Creo firmemente que la escasez material bien gestionada puede ser más beneficiosa que una abundancia irresponsable. Lo que no me resigno es a aceptar el determinismo social, el hecho de que haya un destino escrito e inevitable para nuestra sociedad. Y, sin embargo, me pregunto si no es una postura inocente, si no tendrán razón los que piensan que el poder es el poder y que siempre se termina saliendo con la suya.

Esta entrada la empecé el mismo domingo y, llegado a este punto, tuve la tentación de hacer comparaciones con el determinismo de la física clásica y la incertidumbre de la cuántica. Al retomarla hoy, me ha parecido demasiado complicado para reducirlo a una entrada de blog, así que lo dejaré de lado y me quedaré sólo con el trasfondo al que me llevó esta comparación.

El hecho es que, a nivel particular, todos tenemos la sensación de libre albedrío, de poder escoger lo que hacemos. Todos los días tomamos decisiones más o menos importantes, de forma más o menos automática, pero tenemos conciencia de que podemos tomar otras. Incluso somos capaces de hacer cosas que sabemos que pueden ser perjudiciales para nosotros. En estos casos, las motivaciones pueden ir desde afanes autodestructivos a apuestas arriesgadas, pasando por placeres inmediatos que pasan por delante de posibles riesgos futuros.

Para que no quede en una disertación abstracta, pongamos por ejemplo que un día decidimos no ir al trabajo. Lo podemos hacer porque estamos sumidos en un estado depresivo, porque nos dedicaremos a alguna otra actividad que creemos que nos puede aportar más o porque nos apetece ir al cine y mañana ya veremos que nos encontramos cuando volvamos a ir. Es posible que no sea lo más sensato, pero podemos hacerlo. 

Lo que sostienen los defensores del "único camino posible" es que a nivel de sociedad no existe ese libre albedrío, que el camino que debemos seguir está trazado y que no tenemos otro para salir adelante. No digo que sea una locura. Es posible que haya más caminos, pero que sólo uno sea el que nos lleve a sobrevivir como sociedad y que sean los expertos los que nos pueden llevar. Pero entonces, ¿qué pintamos nosotros? ¿Qué sentido tiene todo esto? No sé si tienen razón, pero prefiero vivir en una sociedad que se pueda equivocar que no en una en la que todos seamos los engranajes de una máquina perfecta.

jueves, 7 de marzo de 2013

Tasas

Traducción de Taxes

Estos gobiernos de hoy en día son unos grandes amantes de las tasas. De la de sanidad ya hace tiempo que se habla. En las escuelas no hay tasas directamente, pero cada vez se invierte menos dinero y la cobertura pública en forma de becas y ayudas es más baja. Pero una tasa que no deja de sorprenderme es la judicial. Seguramente tiene un impacto menor que el copago (o repago) de la sanidad o los recortes en educación, pero su trasfondo me descoloca totalmente.

La tasa sanitaria puede servir de freno al derroche de recursos y hacer consciente a la gente de que el sistema sanitario debe ser usado con responsabilidad. El problema de la tasa sanitaria es que conciencia sólo a los que tienen menos recursos, porque, al ser lineal, el coste para una persona con ingresos elevados es insignificante, mientras que es privativo para una con pocos recursos. Estoy en contra porque es injusta y, aunque comparto el objetivo de que la gente haga un uso responsable de la sanidad, creo que la solución debe ir por la vía educativa y no por la punitiva.

En cambio, los recortes en enseñanza no cuadran ni en el objetivo. Alguien repetirá cursos porque son gratuitos? Haremos comer a un niño dos veces al día porque está becado? Pues, a mi entender, a la tasa judicial le pasa lo mismo. Yo no creo que a nadie le guste meterse en pleitos. Es algo que no se hace por gusto. Así pues, no se trata de evitar el derroche de recursos, sino de hacer desistir a la gente de usar una de las estructuras fundamentales de nuestra sociedad, que nos debe proteger contra los abusos y las injusticias.

Cada vez más, lo que debe ser público se convierte en privado y, por tanto, en rentable. ¿Cuál será la siguiente tasa? ¿Poner una denuncia a la policía? ¿Llamar a los bomberos para que vengan a apagar un incendio? Si ponemos las cuotas bastante altas, las capas más desfavorecidas de la sociedad dejarán de molestar, porque se las podrá robar y no tendrán recursos para denunciarlo, o se les quemará la casa y no podrán pedir que les vengan a apagar el fuego.

Bien mirado las tasas que sí serían útiles son la legislativa y la ejecutiva: que nos hicieran pagar para que el parlamento hiciera leyes y el gobierno las ejecutase. Así, sólo haría falta dejar de pagar estas tasas para que se quedaran sin trabajo y nos dejaran en paz de una vez por todas.

Por cierto, ¿Y la tasa monárquica? Si no pagas no tienes rey ... ¡¡¡Sería total!!!